El concepto general del miedo evoluciona y transmuta con el flujo de las generaciones. En el siguiente artículo, analizamos su significación actual desde la psicología social y los clásicos del cine de terror.

El miedo es una emoción primaria adaptativa, es decir, una respuesta fisiológica y cognitiva deseable ante la percepción de una amenaza que nos ayuda a protegernos del peligro, a la preservación de la vida. Sin embargo, aquello que consideramos “aterrador” suele variar, cambia con el tiempo, porque las amenazas que percibimos como más inminentes o relevantes están profundamente mediadas por el contexto social y cultural. En nuestra época, el miedo ya no se concentra únicamente en monstruos visibles o amenazas externas concretas. Hoy prevalecen los miedos a lo “vagamente amenazante” (corrupción, economía, mundo digital…), que se percibe como que escapa del control individual.

Podría decirse que, actualmente, a la sociedad le inquieta más el sentimiento de no pertenecer a ningún grupo (la soledad no deseada, miedo biológico y evolutivo); los conflictos armados, el terrorismo y la cibervulnerabilidad, lo que representa una amenaza global difusa y difícil de gestionar cognitivamente; la incertidumbre económica, tanto el miedo a quedarse sin dinero como a que la economía global colapse, incluidas la pobreza y la desigualdad social; y unido a lo anterior, también genera miedo la inseguridad debido a la corrupción gubernamental y a los cambios radicales y rápidos en el tejido social, por ejemplo, el extremismo político. En general, la sensación de perder el control (miedo al caos, al cambio, a lo impredecible, a la incertidumbre y a la pérdida del sentido de las cosas… con posible riesgo asociado de sufrimiento) sobre todos estos escenarios comentados es lo que suele estar en las bases del miedo y de la ansiedad de las personas.

En este sentido, el cine de terror funciona como un espejo o expresión simbólica de los temores del inconsciente colectivo, pues canaliza de forma estética aquellas ansiedades que no siempre encuentran expresión consciente en el discurso social y revela lo que la sociedad teme en cada época. Podemos observar, pues, una evolución del miedo colectivo, teniendo en cuenta el desarrollo del cine de terror. Veámoslo.

TERROR HACIA LO DESCONOCIDO

En los primeros años del cine, el miedo se proyectaba hacia lo desconocido, los monstruos y lo “otro”. Películas clásicas como El gabinete del Doctor Caligari (1920), Nosferatu (1922) o Frankenstein (1931) expresaban el temor a la locura, a la ciencia descontrolada, a la enfermedad y a la degeneración. Eran tiempos marcados por la posguerra, las pandemias y el auge del pensamiento científico. Desde una perspectiva psicoanalítica, el monstruo encarna lo reprimido, lo que la sociedad desea pero teme. Estos monstruos encarnaban la ansiedad ante los límites morales de lo humano: la pérdida del control y la transgresión de la naturaleza. Durante la Guerra Fría, el terror se volvió político. En La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), el enemigo no era un monstruo visible, sino la pérdida de la identidad y la infiltración silenciosa: metáforas del miedo al comunismo y al conformismo social. En términos freudianos, el horror se desplazó del ello (la pulsión instintiva) al superyó (la norma social): lo inquietante ya no venía de fuera, sino del propio grupo.

INTERNACIONALIZACIÓN DEL MIEDO

A partir de los años 70 se da un giro, el terror se internaliza con clásicos como Psicosis (1960), La naranja mecánica (1971), El exorcista (1973), La matanza de Texas (1974), Terror en Amityville (1980) o El resplandor (1980). El monstruo ya no es un ser sobrenatural, sino el vecino, el hijo o uno mismo; podríamos decir que en esta época, el monstruo de la etapa anterior en el cine está en la propia casa. En un contexto social de crisis familiar (declive de la autoridad patriarcal), guerras, movimientos feministas y contraculturales, y pérdida de fe institucional, el miedo se dirige a la descomposición de los vínculos más básicos y a una externalización del conflicto interno. Psicológicamente, este cine refleja que el horror, la violencia y la locura emergen no del “otro”, sino de conductas antisociales, sociopatía, y de la fragilidad del yo, algo tangible y cercano a nosotros, lo que sugiere un cambio social: la amenaza no viene de lo ajeno, sino de lo íntimo, tal como la casa (anteriormente símbolo de refugio y estabilidad), la familia, la religión o la identidad.

Por otra parte, si tenemos en cuenta filmes clásicos como Los pájaros (1963), La semilla del diablo (1968), La noche de los muertos vivientes (1968), El exorcista (1973), Poltergeist (1982), Muñeco diabólico (1988) o It (1990), confirmamos que el terror sobrenatural siempre ha reflejado preocupaciones reales de cada épocaLos pájaros funciona como un eslabón clave entre el terror clásico y el moderno, introduce la inquietud ante la pérdida de control, pero lo hace sin recurrir a lo demoníaco o lo sobrenatural, sino mostrando cómo lo cotidiano puede volverse amenazante de forma inexplicable. La semilla del diablo muestra el miedo a perder el control sobre el propio cuerpo, en un momento en el que las mujeres empezaban a cuestionar los roles tradicionales. La noche de los muertos vivientes activa el miedo actual a la sociedad como amenaza, a la deshumanización, al colapso social, ruptura del orden y desconfianza interpersonal, teniendo en cuenta el contexto social en el que surgió (Guerra de Vietman y crisis política). El exorcista aparece en un contexto donde la ciencia parecía tener todas las respuestas y plantea el temor a que existan fuerzas que escapan a la lógica y pueden destruir nuestra identidadPoltergeist y Muñeco diabólico llevan el miedo al hogar, en pleno auge del estilo de vida suburbano: de pronto, lo familiar ya no es seguro y la familia puede ser atacada desde dentro. It, más reciente, habla del miedo los traumas que se esconden debajo de la vida cotidiana y de comunidades que prefieren no ver lo que pasa, recordándonos que los horrores también pueden venir de lo que elegimos ignorar. En todas estas historias hay un elemento común: aunque los monstruos parezcan sobrenaturales, en realidad representan miedos muy humanos y actuales. El miedo a perder el control, a que nuestra identidad se deshaga, a que la familia no sea un refugio seguro y a que lo desconocido pueda irrumpir en lo cotidiano. En el fondo, estas películas nos muestran que lo que más nos asusta no son los demonios ni los fantasmas, sino aquello que amenaza nuestra seguridad emocional, nuestro sentido de identidad y la estabilidad del mundo que creemos conocer.

EL MIEDO MORAL Y LA FRAGILIDAD DEL CUERPO

Cabe mencionar en esta etapa también el género slasher y el gore. El slasher surge en torno a los años 70 y 80, y refleja el miedo moral y la fragilidad del cuerpo, con películas como Halloween (1978), Viernes 13 (1980) y Pesadilla en Elm Street (1984). Este subgénero refleja miedos relacionales y sociales, aunque con raíces en el miedo biológico a la vulnerabilidad física. El slasher suele tener una moral implícita: los personajes que “rompen las reglas” (sexo, drogas, jóvenes desobedientes…) son castigados. El asesino enmascarado en estas películas es una figura sin identidad, casi deshumanizada; es un arquetipo del mal anónimo: no tiene motivación personal ni rostro. Psicológicamente, encarna el miedo al “otro sin rostro” y al impulso violento que podría habitar en cualquiera.

El gore, reflejado en películas como Cannibal Holocaust (1980), Saw (2004) y Hostel (2005), no solo muestra la violencia y la tortura, sino que las exhibe como espectáculo, impactando mucho a nivel sensorial. Psicológicamente, refleja un tipo de miedo muy contemporáneo: la pérdida de empatía, la banalización del dolor y el miedo a volverse insensible ante el sufrimiento ajeno, un tema muy ligado a la sociedad mediática actual.

LA AMENAZA INVISIBLE

Cabe destacar también, a raíz de la experiencia vivida con el COVID-19el miedo epidémico y la amenaza invisible. Las narrativas de terror centradas en plagas o virus, como 28 Days Later (2002) o Contagion (2011), representan uno de los miedos más primarios del ser humano: el contagio y la pérdida de control sobre el propio cuerpo. En ellas, la amenaza es invisible, biológica y ubicua, lo que desplaza el foco del peligro sobrenatural hacia lo interno y cotidiano. El virus funciona como metáfora del miedo a la disolución del yo, a la vulnerabilidad física y a la erosión de los límites entre lo humano y lo inhumano. Sin embargo, este tipo de relatos no solo abordan un miedo biológico, sino también social y relacional. El contagio destruye la confianza y convierte al otro en potencial enemigo. En 28 Days Later, sobrevivir depende del aislamiento, y el miedo al virus se transforma en miedo a la convivencia. Esta desintegración del vínculo humano revela una ansiedad profundamente contemporánea: la pérdida de comunidad ante la amenaza global. Relacionado con todo lo anterior, el clásico Alien (1979) también centra el objeto del terror en el cuerpo, como territorio invadido por un parásito que destruye a los humanos desde dentro, lo que activa el miedo a perder el control sobre el propio cuerpo, a la vulnerabilidad y a la finitud corporal.

HORROR EXISTENCIAL

Hoy, en nuestra sociedad digital e hiperconectada, los miedos se han vuelto difusos y abstractos. Películas como Hereditary (2018) o Midsommar (2019) no se centran tanto en el susto, como en la desestabilización psicológica. El horror contemporáneo es existencial: teme la soledad, el vacío, la pérdida de sentido, la despersonalización, la manipulación invisible, la vigilancia y la exposición constante. Desde la psicología social, podríamos decir que el miedo actual se orienta hacia la disolución del yo en una masa digital, hacia la pérdida de autenticidad y la sensación de vacío emocional. La tecnología ha sustituido al monstruo clásico: ahora el terror proviene del algoritmo que nos conoce mejor que nosotros mismos, de la imagen que proyectamos en redes o de la imposibilidad de desconectarnos, como reflejan también películas como Megan (2022). Igualmente, se han usado técnicas para generar terror como el metraje encontrado, en películas como Paranormal Activity (2007) y Host (2020), simulando ser grabaciones reales encontradas, para reflejar que toda nuestra vida y nuestra vulnerabilidad están mediadas por pantallas, por lo que el miedo reside en la sobreexposición.

Asimismo, si antes el terror nos unía frente a un enemigo común, hoy parece disolverse en la indiferencia colectiva. Vivimos en sociedades que amortiguan el horror real (guerras, crisis climática, violencia…) a través de la saturación mediática. Paradójicamente, cuanto más vemos, menos sentimos. El miedo actual, por tanto, no es tanto al sufrimiento, sino a no sentir nada o a la indiferencia. Películas como The Babadook (2014) o It follows (2014) retoman esta idea: el monstruo es la depresión, el trauma, la culpa o las enfermedades, entidades invisibles que persisten aunque miremos hacia otro lado. Lo que da miedo no es morir, sino no poder conectar emocionalmente con nadie.

LA ESTÉTICA RETRO, INDUCTOR DEL MIEDO POR CONTRASTE

Un último apunte, a modo de curiosidad, películas relativamente actuales como Expediente Warren (2013) y Annabelle (2014), que activan miedos a fuerzas invisibles y sin explicación, reflejando la incertidumbre existencial actual y el regreso del mal a la familia (como en la etapa de los años 70 y 80), tienen como denominador común una estética retro y vintage, que funciona muy bien para inducir emociones de miedo y terror en el espectador. La presencia de estéticas retro en el cine de terror actual no responde únicamente a un gusto nostálgico, sino a un mecanismo psicológico y cultural que nos permite mirar hacia épocas percibidas como más simples y seguras, para descubrir que esa seguridad era una ilusión. Volver visualmente a los 70 y 80 funciona como un contraste entre la inocencia idealizada del pasado y la irrupción de lo siniestro en ese imaginario: cuanto más “cálido” y familiar es el marco, más perturbadora resulta la amenaza que lo corrompe. Además, en un contexto contemporáneo marcado por la hiperconexión, la incertidumbre tecnológica y la pérdida de referentes estables, lo analógico ofrece una apariencia de control y autenticidad que el cine utiliza precisamente para subvertirla; así, lo retro nos recuerda que ni la familia, ni la infancia, ni el hogar ni siquiera un tiempo anterior en apariencia más estable, garantizan protección. En definitiva, esta estética no responde solo a nostalgia, sino a una necesidad psicológica de revisitar épocas supuestamente seguras para revelar que la amenaza siempre estuvo ahí. Despierta miedo porque evidencia una verdad incómoda: no tememos solo al presente incierto, sino a la posibilidad de que el pasado que idealizamos tampoco fuera realmente seguro.

DIFICULTAD ANTE LA INCERTIDUMBRE

El terror moderno, pues, nos habla de nuestra dificultad para habitar la incertidumbre. Si el siglo XX temía al “otro”, el XXI teme la disolución del yo, la pérdida de sentido y la desconexión emocional o la incapacidad de sostener vínculos significativos.

En síntesis, podríamos decir que hemos pasado de un miedo exógeno (el monstruo, la invasión, el mal) a un miedo endógeno (la interiorización de la amenaza, la pérdida de la identidad, la soledad y la crisis de los vínculos afectivos). Y el cine de terror contemporáneo, más que asustarnos con gritos o sombras, nos confronta con las preguntas más inquietantes de todas: ¿Qué será de nosotros teniendo en cuenta que la amenaza ya no proviene del exterior, sino de nosotros mismos? ¿Cómo así ponernos a salvo?

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