En consulta, no es raro escuchar a personas que, desde fuera, parecen tener una vida «completa»: estabilidad económica, relaciones afectivas, logros profesionales, incluso buena salud. Sin embargo, internamente experimentan una sensación persistente de vacío, una especie de insatisfacción difícil de explicar. Esta contradicción entre lo que se tiene y lo que se siente genera confusión, culpa y a veces vergüenza: “¿cómo puedo sentirme así si no me falta nada?”
La psicología ha abordado este fenómeno desde distintas perspectivas, coincidiendo en que no se trata de un capricho o ingratitud, sino de una señal importante: algo profundo necesita ser escuchado.
El vacío no siempre se llena con logros
En la cultura actual se promueve una narrativa donde la plenitud está vinculada al éxito externo. Se nos enseña que tener una buena carrera, pareja, casa y reconocimiento social es sinónimo de felicidad. Pero muchas veces, cuando alcanzamos esas metas, descubrimos que no resuelven ciertas inquietudes internas. De hecho, algunas personas sienten el vacío con más fuerza después de haber «logrado todo», porque ya no tienen el espejismo de que algo externo vendrá a completarlas.
Esto no significa que los logros no importen. Son valiosos y merecen ser celebrados. Pero cuando se convierten en el único pilar de sentido, se corre el riesgo de construir una identidad basada más en expectativas externas que en necesidades internas.
¿De dónde viene esa sensación de vacío?
Las causas pueden ser múltiples y, en la mayoría de los casos, se entrelazan entre sí:
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Falta de conexión con uno mismo: muchas personas viven en función de lo que los demás esperan, desconectadas de sus deseos reales, valores y emociones. Cuando no hay un vínculo auténtico con el mundo interno, el exterior no logra compensar.
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Relaciones poco significativas: estar rodeado de gente no siempre equivale a sentirse vinculado. La falta de intimidad emocional o la soledad acompañada también pueden alimentar el vacío.
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Experiencias emocionales no elaboradas: duelos no transitados, traumas infantiles o emociones reprimidas pueden quedar latentes, manifestándose más tarde como una sensación de falta de sentido, incluso en contextos aparentemente favorables.
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Desalineación existencial: cuando la vida que llevamos no refleja nuestras verdaderas necesidades, inquietudes o aspiraciones, aparece una sensación de estar viviendo «de forma prestada», aunque todo parezca ir bien.
El vacío como señal
Desde una mirada psicológica integradora, el vacío no es una falla, sino una señal. Una llamada de atención que invita a detenerse y mirar hacia adentro. No siempre es cómodo, pero sí profundamente revelador. Escuchar ese malestar, sin juzgarlo ni negarlo, puede ser el inicio de un camino más auténtico.
Este tipo de vacío suele estar asociado con preguntas existenciales: ¿quién soy más allá de mis logros? ¿Qué sentido tiene lo que hago? ¿Estoy viviendo la vida que deseo o la que se esperaba de mí? Estas preguntas no tienen respuestas rápidas, pero abrirse a ellas permite una búsqueda más conectada con lo esencial.
¿Cómo trabajar con esa sensación desde la psicología?
El acompañamiento psicológico puede ser un espacio clave para explorar este vacío sin minimizarlo. Algunas líneas de trabajo posibles incluyen:
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Reconectar con la vida emocional: muchas personas exitosas han aprendido a «funcionar» muy bien, pero sin espacio para sentir. La terapia permite recuperar el contacto con lo que duele, lo que ilusiona y lo que moviliza.
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Explorar el sentido personal: el enfoque existencial trabaja con la construcción de sentido. ¿Qué da dirección a tu vida? ¿Qué valores son realmente tuyos? ¿Qué necesitas cultivar para sentirte más vivo?
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Trabajar la autenticidad: soltar mandatos, roles o identidades que ya no representan permite abrir espacio a una versión más genuina de uno mismo.
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Revisar el vínculo con el placer, el descanso y el disfrute: muchas personas viven tan orientadas a la productividad que han perdido la capacidad de conectar con lo simple, lo lúdico y lo espontáneo.
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Reconstruir vínculos más profundos: cultivar relaciones significativas, donde haya espacio para la vulnerabilidad y la reciprocidad, ayuda a sanar el vacío relacional.
No es necesario tocar fondo para buscar ayuda
Una idea errónea frecuente es que solo se debe acudir a terapia cuando el malestar es extremo. Pero la sensación de vacío, aunque no sea tan visible como una crisis, también merece ser atendida. No es debilidad buscar ayuda profesional para entender lo que sentimos, al contrario, es un acto de responsabilidad y autocuidado.
Sentir vacío, aun teniendo todo lo que se supone que deberías tener, no es un signo de ingratitud ni un lujo emocional. Es una experiencia humana legítima que merece ser escuchada. Muchas veces, es el comienzo de una transformación profunda, donde dejamos de vivir desde lo que se espera y comenzamos a construir desde lo que verdaderamente somos y necesitamos.
El bienestar no está solo en alcanzar metas, sino en sentirnos presentes, conectados y en paz con nosotros mismos. Escuchar ese vacío, sin miedo, puede ser el primer paso hacia una vida más plena y con sentido.
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