A lo largo de la vida, es común atravesar momentos en los que sentimos que hemos perdido el rumbo. No necesariamente porque haya una crisis visible, sino por una sensación más sutil pero persistente de extrañeza con uno mismo. Como si se estuviera viviendo en automático, cumpliendo funciones, manteniendo apariencias, pero con una desconexión interna que se hace difícil de explicar. En muchos casos, esta vivencia se relaciona con un distanciamiento de los propios valores personales y de la identidad auténtica.

Desde la psicología, comprender esta desconexión es clave para abordar estados de insatisfacción, vacío, ansiedad o desorientación existencial. No se trata de un trastorno ni de una falla del carácter, sino de un desajuste entre la vida que llevamos y aquello que, en el fondo, es verdaderamente significativo para nosotros.

¿Qué son los valores y por qué son importantes?

Los valores personales son principios que orientan nuestras decisiones, conductas y metas. No son lo mismo que normas sociales o mandatos culturales, aunque a veces se confundan con ellos. Los valores tienen un carácter profundamente individual: algunos encuentran sentido en la libertad, otros en la seguridad; algunos en la creatividad, otros en el servicio o la justicia.

Vivir en coherencia con nuestros valores da dirección y sentido. Por el contrario, cuando actuamos de forma sostenida en contra de ellos, o simplemente dejamos de tenerlos en cuenta, comenzamos a experimentar una especie de malestar difuso: falta de motivación, confusión, apatía, sensación de estar viviendo una vida que no nos pertenece (nos alejamos de la felicidad).

¿Cómo se produce la desconexión?

Existen múltiples formas en que podemos alejarnos de nuestros valores o de nuestra identidad más profunda:

  • Por adaptación excesiva: muchas personas, en su afán de encajar, adaptarse o complacer, van cediendo pequeñas partes de sí mismas. Con el tiempo, esas concesiones acumuladas generan una identidad prestada, que cumple con lo esperado, pero que ya no representa lo que uno realmente es.

  • Por automatismo o rutina: en el ritmo acelerado de la vida cotidiana, las decisiones se vuelven mecánicas. Se trabaja, se responde, se sigue adelante, pero sin espacio para preguntarse si lo que se hace tiene sentido. El hacer reemplaza al ser.

  • Por trauma o experiencias adversas: algunas personas se desconectan como forma de autoprotección. Después de haber sido juzgadas, heridas o invalidadas, comienzan a esconder partes esenciales de sí mismas para evitar más sufrimiento.

  • Por falta de reflexión interna: en algunos casos, la desconexión no proviene de una pérdida, sino de un desconocimiento. Si nunca hubo espacio para explorar quién soy, qué valoro y qué quiero, es difícil saber si lo que vivo está alineado con ello.

Señales de que hay desconexión

No siempre es fácil identificar este fenómeno, ya que suele instalarse de forma gradual. Sin embargo, algunas señales frecuentes incluyen:

  • Sentirse insatisfecho sin saber por qué.

  • Percibir que se está viviendo según expectativas ajenas.

  • Tomar decisiones importantes sin sentir claridad interna.

  • Experimentar un vacío emocional o falta de sentido.

  • Tener dificultad para responder con honestidad a la pregunta “¿qué es importante para mí?”

Estos síntomas no son patológicos por sí mismos, pero sí son indicios de que algo merece ser revisado en profundidad.

El proceso de reconexión

Volver a conectar con los propios valores e identidad no significa hacer cambios drásticos ni abandonar la vida actual. Muchas veces, se trata de recuperar pequeños gestos de autenticidad, de reconfigurar lo cotidiano desde un lugar más consciente y alineado.

Algunas herramientas útiles en este proceso son:

  • Autoobservación sin juicio: tomarse el tiempo para observar las propias decisiones, emociones y hábitos con curiosidad. ¿Estoy actuando por convicción o por inercia? ¿Qué me dice este malestar?

  • Identificación de valores: existen múltiples ejercicios terapéuticos para reconocer los valores personales. Una pregunta inicial puede ser: “¿Qué es lo que más respeto y admiro en otras personas?” o “¿Qué momentos de mi vida me han hecho sentir más vivo?”

  • Coherencia interna: intentar que las acciones cotidianas reflejen, aunque sea parcialmente, esos valores. La coherencia no requiere perfección, sino intención sostenida.

  • Espacios de autenticidad: buscar entornos donde uno pueda ser genuino, sin máscaras ni exigencias de rendimiento. Estos espacios pueden ser relaciones, actividades creativas, prácticas espirituales o incluso momentos de soledad consciente.

  • Acompañamiento profesional: en algunos casos, especialmente cuando hay historia de trauma o autoexigencia extrema, es recomendable contar con la ayuda de un profesional de la psicología para explorar con mayor profundidad los bloqueos en la identidad y la expresión emocional.

No se trata de reinventarse, sino de reconocerse

A menudo se habla de “reinventarse” como solución al malestar existencial. Sin embargo, desde una mirada psicológica profunda, muchas veces no necesitamos cambiar lo que somos, sino recordar quiénes somos debajo de las capas de exigencia, miedo o conformismo.

La reconexión con los valores y la identidad propia no es una tarea rápida ni lineal. Requiere tiempo, honestidad y paciencia. Pero también ofrece una gran recompensa: recuperar una vida con sentido, donde las decisiones no se toman solo para cumplir, sino para construir un camino con dirección propia.

Vivir desconectados de lo que somos genera sufrimiento, aunque muchas veces no sepamos nombrarlo. Volver a alinear nuestras acciones con nuestros valores, nuestras palabras con nuestras convicciones, y nuestra vida con lo que realmente importa, es una forma poderosa de sanar y crecer. No se trata de alcanzar una versión ideal de uno mismo, sino de habitar con honestidad lo que ya somos en esencia.

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