Hay un temor que, aunque muchas veces no se nombra, habita en lo profundo de muchas personas: el miedo al abandono. No siempre se expresa con palabras claras ni se presenta de forma evidente. A veces se esconde en una mirada ansiosa, en una necesidad urgente de estar cerca del otro, o incluso en una aparente frialdad. Es un miedo que no siempre grita, pero siempre pesa.
Este temor tiene raíces profundas, muchas veces plantadas en la infancia. Cuando un niño o una niña experimenta pérdidas tempranas, negligencia emocional o relaciones inestables con sus figuras de apego —como padres ausentes o inconsistentes—, el mundo se vuelve un lugar impredecible. El amor, en lugar de ser una certeza cálida, se convierte en algo frágil, condicionado o fugaz. Desde esa vivencia se graba en el inconsciente una idea peligrosa: «si amo, me van a dejar».
Así, el miedo al abandono no solo se queda en la memoria emocional, sino que comienza a influir en los vínculos futuros. Se manifiesta en relaciones adultas marcadas por la ansiedad, los celos, la sobredependencia o, paradójicamente, por la evitación del compromiso. En algunos casos, las personas con este miedo se aferran desesperadamente a sus parejas, amigos o seres queridos, mientras que en otros se alejan primero, antes de que el otro pueda hacerlo. Se repite así un ciclo de sabotaje emocional que, irónicamente, termina confirmando ese temor que más se quiere evitar: quedarse solo.
Pero ¿cómo se sana esta herida invisible? El primer paso es reconocerla. Entender que detrás de ciertos comportamientos —la necesidad constante de aprobación, el miedo a estar solo, la dificultad para confiar— puede haber un dolor antiguo, no resuelto. La terapia psicológica, especialmente aquellas orientadas al apego o a la reestructuración emocional, puede ofrecer un espacio seguro para revisar y resignificar esas experiencias pasadas.
Aprender a tolerar la distancia, a confiar sin garantías absolutas, a amar sin perderse en el otro, requiere tiempo y un trabajo emocional profundo. Se trata, en el fondo, de enseñarle al corazón que no todo lo que se va es abandono, que no toda soledad es rechazo, y que uno puede ser suficiente, incluso cuando el otro no está.
El miedo al abandono no desaparece de la noche a la mañana, pero puede transformarse. Con conciencia, con cuidado, y sobre todo, con un amor que empiece por uno mismo.
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