La intimidad sexual no lo es todo, pero ocupa un lugar importante en la vida en pareja. Favorece la conexión y refuerza el amor con nuestra pareja, consolida nuestra autoestima y aumenta la autoconfianza, disminuye el estrés y mejora la calidad de vida, entre otros beneficios.

Aún con todo lo positivo que nos aporta el sexo, en ocasiones pasamos por períodos en los que es lo último en lo que pensamos. Factores como la ansiedad, el estrés, los trastornos emocionales o los problemas de autoestima suprimen la respuesta sexual y los encuentros íntimos pasan a un segundo plano. En esos casos, recuperar el equilibrio es lo prioritario, primero para nuestro bienestar, lo que repercutirá positivamente en el deseo sexual y en el bienestar en pareja.

La líbido depende de numerosas variables: de índole biológica, psicológica y social, incluida la salud mental y emocional. Cuando experimentamos agotamiento (tanto físico como emocional), estrés, ansiedad, preocupaciones, conflictos de pareja o familiares, problemas laborales y económicos, trastornos del sueño… todo ello puede alterar nuestra salud mental y, como consecuencia, hacer que experimentemos una marcada disminución del deseo y manifestemos un completo desinterés por el sexo.

De todos es sabido que la ansiedad es uno de los principales factores que contribuyen a la disfunción eréctil en los hombres, así como que la timidez y la ansiedad por rendimiento, sobre todo al comienzo de la vida sexual, es la principal causa de disfunción eréctil en los jóvenes.

Por otra parte, las mujeres que padecen ansiedad también experimentan dificultades en la esfera sexual, pudiendo tener problemas para excitarse y llegar al orgasmo o incluso padecer dolor físico durante el coito.

La depresión también puede afectar la libido frenando el deseo y reduciendo esos momentos de intimidad tan necesarios para que la pareja conecte. También puede causar disfunción eréctil en los hombres, y en las mujeres dolor sexual junto con pérdida del deseo.

Incluso la disforia poscoital (experimentar una ola de emociones negativas justo después del sexo sin motivo aparente a pesar de que la experiencia en sí haya sido placentera y satisfactoria) es mucho más común en las personas que sufren ansiedad o depresión.

De todo lo expuesto se deduce que detrás de muchos casos de la falta del deseo sexual se esconde un problema psicológico.

Últimamente, numerosas investigaciones apuntan a que la tecnología puede también estar en la base de la falta de deseo sexual. Su naturaleza adictiva consume gran parte de nuestra atención y tiempo, muchas veces interponiéndose en las relaciones íntimas… por lo que para conectar es necesario desconectarse primero.

La intimidad demanda tiempo y paciencia, y el uso excesivo de las pantallas aparte de reducir nuestra capacidad de conexión e interacción física, también aumenta el riesgo de sufrir problemas de salud mental, lo que puede terminar drenando el deseo sexual y genera un círculo vicioso del cual es difícil escapar.

Cuando se pierde el interés por la sexualidad y el problema no se aborda, por vergüenza o incomodidad, esto suele generar un distanciamiento en la pareja y afecta en último término a nuestra capacidad para llevar una vida plena y satisfactoria.

La solución pasa por reestablecer el equilibrio emocional cuando la falta de deseo sexual se debe al estrés, las preocupaciones o un trastorno psicológico. Los principales objetivos a trabajar en terapia en estos casos son fomentar un estilo de vida adecuado con hábitos saludables, favorecer la gestión emocional y aumentar la autoestima.

El deseo sexual y la salud mental están interconectados, de manera que cuando uno falla necesitamos encontrar la causa para recuperar el equilibrio.

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