Viktor Frankl, psiquiatra austriaco y sobreviviente del Holocausto, formuló una de las teorías más influyentes de la psicología existencial: la logoterapia. A través de su experiencia en los campos de concentración nazis, Frankl descubrió que incluso en las condiciones más extremas, el ser humano conserva una libertad interior fundamental: la capacidad de decidir cómo enfrentar el sufrimiento y encontrar sentido en medio del dolor. Para él, no es el placer ni el poder lo que impulsa al ser humano de forma más profunda, sino la búsqueda de sentido.
La logoterapia se basa en la premisa de que la vida tiene sentido bajo cualquier circunstancia, incluso en el sufrimiento. Según Frankl, cuando una persona pierde la percepción de sentido, aparece el vacío existencial, que puede manifestarse en apatía, ansiedad, depresión o conductas autodestructivas. En cambio, cuando el individuo encuentra un propósito que le trasciende —ya sea a través del trabajo, del amor, de la actitud que adopta ante una dificultad— se activa una fuerza interior capaz de sostenerlo.
En su libro El hombre en busca de sentido, Frankl relata cómo aquellos prisioneros que tenían una razón para vivir, como un ser querido que los esperaba o una misión por cumplir, mostraban mayor fortaleza psicológica. Esta observación no solo tiene valor testimonial, sino que revela una verdad universal: el ser humano necesita vivir con dirección, con un “para qué” que otorgue coherencia y valor a su existencia, incluso en medio de la adversidad.
En la actualidad, esta búsqueda de sentido sigue siendo una necesidad central, aunque se exprese de formas diferentes. La modernidad ha traído avances tecnológicos, acceso a la información, ampliación de derechos y comodidades materiales impensables en épocas pasadas. Sin embargo, también ha generado un contexto de aceleración, sobreexigencia y relativismo en el que muchas personas se sienten desorientadas. La pérdida de referentes colectivos, la disolución de vínculos estables y la presión por construir una identidad propia en un entorno cambiante alimentan un nuevo tipo de vacío.
El mensaje de Frankl adquiere hoy una vigencia particular porque no se basa en la evasión del sufrimiento, sino en su integración como parte de la existencia. En un mundo donde se promueve constantemente la felicidad, la productividad y el entretenimiento, la idea de que la vida tiene sentido incluso cuando duele resulta disruptiva. La logoterapia no propone eliminar el dolor, sino dotarlo de significado. Pregunta no por lo que el individuo espera de la vida, sino por lo que la vida espera de él.
Este enfoque tiene implicaciones profundas para la salud mental contemporánea. En lugar de centrarse solo en el alivio de síntomas, invita a explorar el propósito personal, a reconectar con lo valioso, a tomar decisiones orientadas por los valores. La psicología actual ha comenzado a recuperar estas ideas, como puede verse en el auge de la psicología positiva, el mindfulness o las terapias basadas en la aceptación. Sin embargo, el núcleo existencial de la logoterapia sigue siendo único: apela a la libertad interior como un espacio inalienable, incluso en medio de las restricciones más duras.
Buscar sentido no implica encontrar respuestas definitivas, sino sostener la pregunta. La vida cambia, y con ella cambian nuestras formas de significarla. Frankl distinguía tres grandes caminos hacia el sentido: la acción (crear, trabajar, ayudar), la vivencia (amar, admirar, disfrutar) y la actitud (la forma en que respondemos ante lo inevitable). Esta clasificación, aunque sencilla, ofrece un marco poderoso para preguntarnos en qué aspectos de la vida cotidiana estamos poniendo nuestra atención y energía.
En tiempos de crisis, pérdidas o incertidumbre, la visión de Frankl puede ofrecer una brújula ética. Nos recuerda que el dolor puede ser inevitable, pero el sufrimiento no tiene por qué ser estéril. Encontrar un sentido no es un privilegio de quienes tienen vidas extraordinarias, sino una posibilidad abierta a cada persona en cada momento, incluso en los más difíciles.
Hoy, cuando muchas personas experimentan una sensación de desconexión, cuando los logros exteriores no alcanzan para sostener una identidad sólida, volver a la pregunta por el sentido puede ser un acto profundamente transformador. La vigencia del pensamiento de Viktor Frankl no radica solo en su historia de supervivencia, sino en su capacidad para hablarle al ser humano de cualquier época: ese que, más allá del éxito, del dolor o de la incertidumbre, sigue necesitando una razón para levantarse cada día.
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