La infidelidad es una de las experiencias más dolorosas dentro de una relación afectiva. Traiciona la confianza, sacude la estabilidad emocional y deja huellas profundas tanto en quien la sufre como en quien la comete. Pero más allá del juicio moral, surge una pregunta psicológica relevante: ¿una persona infiel puede dejar de serlo? ¿Es posible cambiar una conducta que ha causado daño?

La respuesta, como en muchos aspectos de la psicología humana, no es absoluta. No todas las personas que han sido infieles lo son por las mismas razones, ni repiten la conducta por una supuesta incapacidad de amar o comprometerse. El cambio es posible, pero requiere un proceso consciente, profundo y, sobre todo, honesto.

¿Por qué se es infiel?

Comprender si una persona puede dejar de ser infiel pasa por entender por qué lo fue. Las motivaciones pueden ser múltiples: vacío emocional, necesidad de validación, impulsividad, baja autoestima, insatisfacción sexual, heridas de la infancia, conflictos no resueltos dentro de la relación, entre otros. Algunas personas buscan fuera lo que no saben pedir dentro. Otras simplemente no han desarrollado una noción clara de compromiso o no se han vinculado de forma emocionalmente madura.

En algunos casos, la infidelidad no es síntoma de un problema en la pareja, sino en la propia persona. Hay quienes arrastran patrones de evitación emocional o miedo a la intimidad, y utilizan la infidelidad como mecanismo inconsciente para evitar el verdadero compromiso. Otras veces se trata de narcisismo o de la incapacidad de tolerar el aburrimiento, la rutina o la frustración.

¿Se puede cambiar?

Sí, pero no con promesas vacías ni con arrepentimientos pasajeros. Cambiar una conducta como la infidelidad implica una transformación profunda del vínculo que la persona tiene consigo misma, con los demás y con la idea de amor. Y esto no sucede de la noche a la mañana.

La psicoterapia juega un papel crucial en este proceso. A través del trabajo terapéutico, una persona puede descubrir qué heridas la llevaron a actuar de determinada forma, deconstruir sus creencias sobre el amor y el deseo, y aprender formas más sanas de vincularse. Es un camino incómodo, porque requiere mirarse de frente, reconocer las propias sombras y asumir la responsabilidad de los actos sin justificarlos.

Un factor clave es el desarrollo de la autorregulación emocional y la capacidad de tolerar el malestar sin buscar una vía de escape inmediata. La fidelidad no es solo una decisión moral, también es una habilidad emocional que se puede fortalecer con autoconciencia, práctica y compromiso.

¿Y el deseo de cambiar?

Nada de esto es posible si no hay un verdadero deseo de transformación. Algunas personas se arrepienten de haber sido infieles solo porque fueron descubiertas o porque enfrentan consecuencias dolorosas, pero no están realmente dispuestas a revisar sus patrones. Otras, en cambio, tocan fondo y deciden cambiar porque se dan cuenta del daño que han causado y de cómo sus acciones los alejan de la vida que desean construir.

El cambio sostenible no viene del miedo, sino del deseo de crecer, de amar mejor, de respetarse a uno mismo y al otro. Y aunque nadie puede garantizar que una persona nunca volverá a fallar, sí se puede decir que quien trabaja en sí mismo, quien se compromete con su proceso interno, reduce significativamente las probabilidades de repetir la conducta.

Perdonar al que fue infiel

Esta es otra dimensión compleja. Muchas veces, el entorno social sentencia: “una vez infiel, siempre infiel”. Pero esto niega la capacidad humana de evolucionar. Si bien es válido que quien fue herido decida no continuar con una relación después de una traición, también es posible —y legítimo— que, si hay señales claras de cambio y un proceso honesto de reparación, se dé una segunda oportunidad.

Perdonar no significa olvidar ni justificar. Significa mirar al otro con una nueva perspectiva, con la conciencia de que los errores pueden ser parte del camino hacia una versión más consciente de sí mismo.

Conclusión

La infidelidad no define por completo a una persona, pero sí revela algo que necesita ser mirado y trabajado. Cambiar es posible, pero exige verdad, profundidad y constancia. No se trata solo de “no volver a hacerlo”, sino de transformarse internamente para dejar de necesitarlo, de buscar afuera lo que no se sabe cuidar adentro. En última instancia, dejar de ser infiel es también un acto de amor propio, de madurez emocional y de respeto hacia la complejidad del vínculo humano.

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