El divorcio es, en muchas ocasiones, uno de los procesos más difíciles y emocionalmente complejos que puede atravesar una familia. Aunque la decisión de separarse sea el resultado de una reflexión madura entre los adultos, comunicar esa decisión a los hijos implica una carga emocional especial y plantea numerosos interrogantes. ¿Cómo se lo decimos? ¿Qué palabras usamos? ¿Cuándo es el momento adecuado? ¿Cómo van a reaccionar? Este tipo de preguntas son normales y reflejan la preocupación genuina por el bienestar emocional de los hijos.
Hablar con los hijos sobre el divorcio no es una tarea sencilla, pero puede ser menos dolorosa si se aborda con sensibilidad, honestidad y contención emocional. Este artículo ofrece algunas pautas y reflexiones que pueden ayudar a los padres a afrontar esta conversación tan delicada de forma respetuosa y cuidadosa.
1. La importancia de la preparación
Antes de hablar con los hijos, es fundamental que los padres se tomen un tiempo para prepararse. Esto implica, en primer lugar, haber tomado una decisión definitiva sobre la separación. Los niños necesitan certezas, y no es recomendable involucrarlos en situaciones ambiguas o aún en discusión.
Si es posible, ambos padres deben participar en la conversación. Presentarse como un frente unido —aunque ya no se continúe como pareja— transmite un mensaje de seguridad y colaboración. También es importante elegir el momento y el lugar adecuados: un entorno tranquilo, sin interrupciones, donde se pueda mantener una conversación pausada.
2. Adaptar el lenguaje a la edad
La forma en que se comunica la noticia debe ajustarse a la edad y al nivel de comprensión de los hijos. No es lo mismo hablar con un niño de cinco años que con un adolescente. En general, conviene usar un lenguaje claro, concreto y sin tecnicismos. Los niños más pequeños necesitan explicaciones simples, centradas en lo que cambiará en su vida cotidiana. Los adolescentes, por su parte, pueden necesitar más detalles y están en condiciones de comprender aspectos más complejos de la separación.
Es esencial evitar culpas, juicios o detalles innecesarios sobre los motivos del divorcio. Los hijos no deben asumir el rol de árbitros ni ser expuestos a conflictos de pareja. Lo más importante es que comprendan que la decisión es de los adultos y que ellos no son responsables de lo que está ocurriendo.
3. Transmitir un mensaje claro y tranquilizador
Uno de los principales temores de los hijos ante un divorcio es la posibilidad de perder el amor o la presencia de uno de sus padres. Por eso, el mensaje debe ser claro: «Aunque papá y mamá ya no van a vivir juntos, ambos te seguimos queriendo igual y vamos a seguir cuidándote». Repetir este tipo de afirmaciones, con sinceridad, ayuda a reforzar el sentimiento de seguridad.
También es útil anticipar, en la medida de lo posible, los cambios concretos que vendrán: dónde vivirá cada uno, cómo se organizarán las visitas, si cambiarán de escuela, etc. La previsibilidad reduce la ansiedad y permite que los hijos se preparen emocionalmente para la nueva etapa.
4. Validar las emociones
Cada niño o niña reaccionará de manera distinta ante la noticia: algunos pueden llorar, otros enfadarse, otros quedarse en silencio. Todas las reacciones son válidas y deben ser acogidas sin juicio. Es importante permitir que expresen lo que sienten, ya sea tristeza, miedo, confusión o enfado. Escuchar activamente, sin minimizar ni tratar de «arreglar» sus emociones, es una forma de acompañarlos con respeto.
Decir frases como “entiendo que estés triste”, “es normal que esto te moleste” o “puedes preguntarnos lo que necesites” les transmite que tienen permiso para sentir y que no están solos con lo que les pasa.
5. Mantener la estabilidad y los vínculos
Tras el anuncio del divorcio, es recomendable mantener, en la medida de lo posible, las rutinas y hábitos que les brindan estructura y contención. La vida cotidiana —la escuela, los horarios, los amigos, las comidas— puede convertirse en un ancla emocional en medio del cambio.
Asimismo, es clave fomentar el vínculo con ambos progenitores. Nunca se debe utilizar a los hijos como intermediarios ni como mensajeros de conflictos. Hablar mal del otro padre o madre frente a los hijos daña su autoestima y los coloca en una situación de lealtades divididas.
6. Seguir comunicando
La conversación sobre el divorcio no es un evento único, sino el inicio de un diálogo que deberá continuar con el tiempo. A medida que los hijos crezcan o conforme se presenten nuevos cambios (nuevas parejas, mudanzas, adaptaciones de la custodia), será necesario volver a hablar, responder preguntas, aclarar dudas y ofrecer apoyo emocional.
Es importante estar atentos a señales de malestar que puedan requerir una atención adicional: cambios bruscos de comportamiento, retraimiento, bajo rendimiento escolar, o expresiones de tristeza persistente. En algunos casos, puede ser útil contar con el acompañamiento de un profesional de la salud mental especializado en infancia o adolescencia.
7. Cuidar también a los padres
Por último, es fundamental que los adultos también se cuiden durante este proceso. El divorcio puede generar tristeza, enfado, rabia, culpa, miedo o agotamiento, y todos estos sentimientos impactan en la forma en que se acompaña a los hijos. Buscar apoyo, ya sea en la familia, en amistades o en un psicólogo, permite transitar este momento con mayor claridad y fortaleza.
Cuidarse no significa ocultar el dolor, sino encontrar espacios para procesarlo y así estar en mejores condiciones de contener emocionalmente a los hijos.
Conclusión
Comunicar un divorcio a los hijos es una de las conversaciones más delicadas que los padres pueden tener. No existe una fórmula perfecta, pero sí principios orientadores que pueden marcar una gran diferencia: honestidad, empatía, claridad, contención emocional y compromiso compartido con el bienestar de los hijos.
Aunque el fin de una relación de pareja puede ser doloroso, no implica necesariamente el quiebre de la familia. Con respeto, amor y responsabilidad, es posible construir nuevas formas de convivencia que sigan siendo espacios de seguridad, afecto y crecimiento para todos los miembros del hogar.
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