La ansiedad es una palabra que cada vez escuchamos con más frecuencia. Está presente en conversaciones cotidianas, en redes sociales, en titulares… Muchas personas dicen sentirse ansiosas, tener ansiedad o vivir con un “nudo en el estómago” constante. Sin embargo, no siempre está claro si hablamos de una reacción emocional natural o de algo más serio. ¿Es lo mismo sentir ansiedad que tener un trastorno de ansiedad? No exactamente.

La ansiedad, en su forma más básica, es una emoción adaptativa. Esto significa que cumple una función útil para nuestra supervivencia: nos prepara para enfrentar situaciones que percibimos como amenazantes o desafiantes. En esos momentos, el cuerpo y la mente se activan: aumenta la frecuencia cardíaca, respiramos más rápido, los músculos se tensan, y nuestra atención se enfoca en lo que ocurre a nuestro alrededor. Todo esto nos ayuda a reaccionar con más rapidez. Sentir ansiedad antes de una entrevista de trabajo, antes de un examen o al caminar solos de noche por una calle poco iluminada, es completamente normal. Incluso puede ayudarnos a rendir mejor o mantenernos a salvo. Esta ansiedad es puntual, tiene sentido dentro del contexto y suele desaparecer una vez que la situación pasa.

El problema surge cuando esta emoción, que en principio es sana, se vuelve constante, excesiva o difícil de controlar. En esos casos, ya no hablamos de una ansiedad funcional, sino de un trastorno de ansiedad. Aquí, la activación del cuerpo y la preocupación mental no responden a un peligro real o proporcional. A veces, incluso aparecen sin un motivo evidente. Lo más característico es que no se va, o al menos no lo hace fácilmente. Se instala en el día a día, interfiere en el trabajo, en las relaciones o en el descanso, y genera un malestar profundo y sostenido. Puede expresarse de muchas maneras: pensamientos intrusivos, insomnio, sensación de ahogo, palpitaciones, miedo intenso, necesidad de evitar ciertas situaciones o una inquietud constante difícil de explicar.

Existen distintos tipos de trastornos de ansiedad. El trastorno de ansiedad generalizada, por ejemplo, se caracteriza por una preocupación persistente y excesiva por múltiples áreas de la vida. También están los ataques de pánico, que aparecen de forma súbita e intensa, con síntomas físicos muy potentes como taquicardia, sudoración o sensación de pérdida de control. La ansiedad social, las fobias específicas y el trastorno obsesivo-compulsivo son otras formas en las que esta emoción puede manifestarse de forma desadaptativa.

Entonces, ¿cómo podemos distinguir entre una ansiedad normal y un trastorno de ansiedad? Hay algunos indicadores clave que pueden ayudarnos. La ansiedad normal es puntual, dura lo que dura la situación que la provoca y no impide que sigamos adelante con nuestra vida. En cambio, un trastorno de ansiedad se mantiene en el tiempo, incluso cuando el estímulo que la provocó ya no está presente o ni siquiera es identificable. Además, suele aparecer con una intensidad desproporcionada y afecta al funcionamiento diario: puede hacer que evitemos situaciones, que estemos en estado de alerta casi constante o que tengamos dificultades para disfrutar de cosas que antes sí nos gustaban.

Otro aspecto importante es la capacidad de control. Con la ansiedad normal, solemos poder calmarnos con el tiempo, con descanso o con técnicas sencillas de relajación. En el caso de un trastorno, la persona muchas veces siente que no tiene el control sobre lo que le pasa, que la ansiedad aparece sin previo aviso y que, por más que lo intente, no consigue reducirla.

Esto no significa que cualquier momento de ansiedad sea una señal de alarma. Sentir ansiedad no es sinónimo de estar mal ni de necesitar tratamiento psicológico. Pero si esa ansiedad se vuelve frecuente, si no puedes identificar claramente a qué responde, si se vuelve abrumadora o afecta a tu bienestar, es importante prestar atención. La buena noticia es que los trastornos de ansiedad tienen tratamiento y, con la ayuda adecuada, es posible aprender a gestionarlos y recuperar la calma.

A veces, la ansiedad no se muestra de forma evidente. No siempre viene acompañada de ataques de pánico o temblores. Puede camuflarse detrás de un cansancio constante, de la necesidad de estar siempre ocupado, de la dificultad para dormir o de una sensación de insatisfacción continua. Por eso es tan importante escucharnos, reconocer lo que sentimos y, si hace falta, pedir ayuda. No estás solo ni sola: hay recursos, profesionales y herramientas que pueden ayudarte a atravesar lo que estás viviendo.

La ansiedad es una emoción humana. Todos la sentimos en algún momento. Pero cuando se instala en el cuerpo y la mente como una alarma que no se apaga, es momento de prestarle atención. Entenderla es el primer paso para empezar a calmarla.

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